Veinte segundos tardó aquel chico de bata blanca en cambiar mi vida para siempre. Veinte segundos fue el tiempo que en toda mi vida no pensé en nada. Un tiempo infinito y al mismo tiempo corto.
Después de salir del hospital, no supe por donde caminar. Me quedé plantado ante las puertas que se abrían y se cerraban detrás de mí, dejando que pacientes como yo, entraran y salieran.
Cuando fui capar de pensar ya me encontraba sentado en el sofá de casa. Una casa que todavía pagaba al banco ... ¿Quién la continuaría pagando cuando yo muriese? El médico me había dicho que me quedaban pocas semanas, pero ¿tendría tiempo de hacer todo lo que me quedaba por hacer? Y la familia, ¿cómo se quedaría en saber la noticia? Pensé que sería un golpe muy fuerte para todos ellos, al igual que había sido para mí aunque yo era una persona fuerte, pero ya ves, una persona fuerte con una enfermedad terminal. ¿Qué haría a partir de ahora?
Podría prender fuego en casa o en toda la ciudad, me podría drogar, podría robar un banco, podría hacer toda clase de cosas ilegales, prohibidas por la ley, total, me quedaban pocas semanas y aunque me detuvieran, no serviría de nada porque faltaba poco para desaparecer.
No quería ver cómo la familia me lloraba al conocer la noticia, por lo que le pedí al médico que los reuniera a todos para explicarles lo que pasaba él mismo.
Yo simplemente subí a la montaña donde la ciudad quedaba en sus pies y, tras desnudarme me tirar por el acantilado. No me gusta esperar.
Marta Ll. 24.05.19